lunes, 25 de abril de 2016

La desesperación cubre de tensión la ayuda a las víctimas


MÁS SISMOS

Por lo demás, de lo que sí pueden estar seguros los ecuatorianos es que el terremoto del sábado 16 de abril predice, que otros grandes terremotos volverán a sacudir la zona dentro de años.

La desesperación que cunde entre quienes lo perdieron todo en el terremoto comienza a desbordarse en la localidad ecuatoriana de Manta, donde los voluntarios deben realizar la entrega de ayudas escoltados por policías ante el encendido descontento de los supervivientes.

Una semana después del sismo que sacudió la costa norte de Ecuador, los supervivientes que perdieron sus casas han reunido lo poco que les queda en parques y terrenos al aire libre, donde pasan la noche bajo precarias construcciones de cartón.

Al salir el sol, se lanzan a la tarea más importante del día, conseguir alimentos y agua que les mantenga hidratados bajo los más de 30 grados que marca el termómetro y para ello pueden acudir a lugares fijos de entrega o recorrer su destrozado barrio a la espera de que lleguen las unidades móviles con ayuda.

En la primera opción les esperan filas kilométricas al sol, en la segunda, confían en que les llegue un paquete de alimentación, que contiene arroz, galletas, azúcar, leche en polvo, sal, fideos, lentejas, y maíz para que una familia pase un día.

Estos paquetes provienen de donaciones de empresas privadas o particulares y, según cifras registradas por fuentes de la Alcaldía de Manta, al día se entregan más de 1.300, especialmente en el sector de Tarqui, el más afectado.

Muchos de ellos se preparan en el patronato municipal, donde casi dos centenares de voluntarios trabajan frenéticamente y reúnen además ropa para donar, agua y colchonetas para pasar la noche. Al caer la tarde los envíos de ayuda salen en varias camionetas para Tarqui mientras a las puertas del recinto decenas de personas piden agua a gritos a los voluntarios.

Van escoltados por dos policías, una circunstancia que no evita que a su entrada en el sector los rodee una veintena de personas que, visiblemente enfadadas, les reclaman por no entregarles a ellos la carga.

"Nosotros dormimos en el piso y nadie nos da nada", reclama a gritos una de las víctimas.

Los voluntarios del patronato entregan lo que recolectan a quienes se apuntan a una lista con la que intentan asegurar que a cada familia le llegue un paquete de ayuda y no haya engaños, así que piden a quienes les rodean que se inscriban en ella y se alejan de allí.

Pero también al llamar por lista en otra zona de Tarqui se producen carreras, gritos, reclamos y algún empujón, y uno de los voluntarios, por megáfono, pide calma al exaltado grupo.

¡Por favor, nosotros tampoco hemos almorzado hoy, déjense ayudar", pide entre la algarabía.

Los voluntarios no son los únicos que reciben este estallido de tensión al entrar en la zona más afectada de Manta, como saben ya Rolando y su grupo de vecinos voluntarios llegados desde el sur de Guayaquil, donde recolectaron en su barrio lo que pudieron para ayudar a las víctimas.

"Hemos traído lo que es víveres, lo que es agua, lo principal que necesita la gente de Manta. Hemos traído ropa también", explica a Efe sobre la camioneta en la que han llegado y que, tras entrar en Tarqui, ha tardado cinco minutos en ser rodeada.

"¡Una sábana, que tengo una criatura!", pide una mujer, y los voluntarios de Rolando dudan, porque solo traen camisetas grandes, pero eso sirve y la entregan.

En diez minutos, solo les queda agua en la camioneta.

No lejos de allí está la única carpa de las fuerzas armadas con capacidad para hacer grandes acopios de alimentos, agua y medicinas.

Todo ello, que procede de varias entidades públicas, se prepara para abastecer a las camionetas que acuden a atender a otras zonas y albergues de la ciudad bajo la supervisión de Lizeth Miranda.

"Estamos haciendo inspecciones en barrios donde no ha llegado la ayuda. Estamos tratando de hacer las cosas bien y de llegar donde aún no ha llegado la ayuda", explica Miranda.

Lo que más entregan es agua, hasta "tres toneladas diarias" y las donaciones que más reciben son medicinas, agrega

El trabajo es largo, extenuante y a veces demoledor en el estado de ánimo, pues además del polvo se respira el dolor ajeno, más intenso conforme los días pasan y la esperanza de obtener buenas noticias se desvanece.

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