viernes, 15 de abril de 2011

Ancianos retan al peligro nuclear y no dejan sus casas

En realidad, todo el municipio está en la zona de exclusión voluntaria dictada por Japón. De sus 5.500 habitantes, la inmensa mayoría se ha ido. Pero quedan algunos, muy pocos. Como el señor Wanatabe: "No me da miedo la radiación.

Tengo 78 años y antes de que me llegue el cáncer moriré de viejo", razona sonriente ante su taller mecánico. Las calles de Hironomachi están desiertas, los comercios cerrados. Sólo se escucha el mar. Un gato busca la pierna de Wanatabe y se frota contra sus vistosos zuecos verdes.

Wanatabe mira, señala hacia la central térmica de carbón del pueblo y justifica su serenidad: "De esa chimenea se ve lo que sale. Pero la radiación ni se nota, ni se ve, ni se siente". Su familia se ha ido. Como él, en Hironomachi quedan unos 40 vecinos.

En el entorno de la nuclear son los ancianos los que ponen más resistencia a marcharse. Unos kilómetros más alejados de la planta, el matrimonio Shiga, de 79 y 72 años, intenta reconstruir su casa, situada en primera línea de playa. Duermen en un instituto convertido en albergue y de día limpian poco a poco los destrozos del tsunami.

Sus hijos y nietos se han marchado. "Mire, el sol sale por allí y se pone por allí", explica la señora Shiga señalando la vista sobre la línea del Pacífico, "éste es mi lugar. La nuclear es mi preocupación número uno, pero por mis tres nietos. A mi edad...".

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